Pero él tenía razón. Llegar ahora no implicaba
ningún grado de madurez, no demostraba
que podía arreglárselas sola, simplemente que sabía irse de fiesta sola. Así
que subió. La casa era muy pequeña, y más aún en comparación con la de Minerva.
La puerta de entrada daba a un pequeño salón separado de la cocina por una
barra. En el salón a penas cabía un sofá, una televisión y una estantería llena
de libros. No había mesa donde comer, en la cocina tampoco, pero en la barra,
en el lado del salón, había tres taburetes, supuso que comería ahí. La cocina
era todavía más minúscula que el salón, a penas cabía una persona cocinando y
todos los electrodomésticos tendrían seguramente más años y más kilos de
suciedad que ellos dos juntos. Únicamente había dos puertas, una comunicaba con
un baño enano. En él tan solo cabía una ducha, un retrete y un lavabo. La otra
puerta comunicaba con la única habitación de la casa, que no desentonaba con el
resto de la casa, en ella había una cama, no demasiado grande, y un armario,
aunque no entendía mucho la utilidad de este, pues toda la ropa estaba tirada
por la cama y el suelo de la habitación. Lo único bueno era que tenía un
pequeño balcón que daba a la calle donde habían estado minutos antes.
- Perdona por el desorden, pero no estoy
acostumbrado a recibir visitas por el día- dijo sonriendo pícaramente.
- Pero solo tienes una cama.
- No te olvides del cómodo sofá que hay en el
comedor.
- Ah, bueno, gracias por cederme tu cama, muy de
príncipe.
- Ah, no, ¿no creerás que voy a dormir en ese
horrible sofá?
- Pues claro, además, ¿no decías que era muy
cómodo?
- ¡Era ironía! De ningún modo pienso dormir
ahí, es mi casa, esta es mi cama y esa es la habitación de invitados- dijo
señalando al comedor.
- Entonces, ¿quién va a dormir ahí?
- ¡Tú eres la invitada!
- ¡Ni hablar!
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